Historias de la España vaciada, 3: "¿Le perjudico?" Las Batuecas


Miranda del Castañar, en Las Batuecas, no es un lugar donde acuda el turismo en masa. Hay otros lugares cercanos más concurridos por los turistas, como La Alberca, o incluso no muy lejos la Peña de Francia, y más allá de Béjar, Candelario. Sin embargo, Miranda del Castañar conserva aun intacto gran parte de su sabor medieval, de manera que bien vale la pena acercarse.

 
Calle de Miranda del Castañar (1974).
(Fotografía: Colección Fotográfica de Carlos Flores.)

El pueblo es un laberinto de estrechas calles empedradas con grandes cantos rodados y viejísimas casas de adobe y entramado de madera, algunas con revoco de barro, las más con el esqueleto a la vista. Muchas de las calles son tan empinadas que cuesta creer que pudiera subir por allí la gente, y menos acarreando cántaros de agua o haces de leña.
 

Soy aficionado a la fotografía y me tomo mi tiempo para sacar las fotos con mi cámara manual. En el camino de ronda de la muralla, que discurre a trechos por debajo de las casas y de la iglesia, estaba ajustando el diafragma cuando un señor se dispone a cruzar por delante de la cámara, pero se para en seco y me dice:

—¿Le perjudico?
—No, en absoluto. Pase usted.


Bóvedas apuntadas de la ronda de la muralla,
Miranda del Castañar. (Fotografía: J.D.)

Esperé a que pasara y saqué la foto, que es la que muestro sobre estas líneas. Era lo que necesitaba: una figura que diera dimensión humana a las increíbles bóvedas apuntadas de sillería del camino de ronda.

(Veo ahora que Miranda del Castañar fue incluida en la guía Pueblos con encanto, El País/Aguilar, 2000, y también en la más reciente Los pueblos más bonitos de España 2020, Asociación de los Pueblos más Bonitos de España.)


Después de visitar Miranda y recorrer sus calles nos acercamos a la Peña de Francia. La carretera asciende por entre robledales tapizados de helechos. Arriba, una niebla tan espesa que no se veía a un metro.


Bosque de robles y helechos en la Peña de Francia. (Fotografía: J.D.)

De regreso a La Alberca nos sentamos en la plaza Mayor a tomar una caña. De repente, un enorme marrano negro, o garrapato como les llaman, cruzó la plaza al trote y se fue derecho a hozar la bolsa de una aterrorizada señora sentada a una mesa próxima a la nuestra. Ya estaba la señora a punto de pedir auxilio a grito pelado, cuando apareció una vieja azotando una vara, y a varazos llevó el marrano plaza abajo hacia la porqueriza. Siempre que voy a La Alberca gasto un carrete entero de película. Los temas son infinitos: una vieja de buena mañana barriendo con un escobón la entrada de su casa, otro grupo de viejas de negro entrando en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción para el rosario, una mula con sus alforjas parada en medio de la calleja empedrada aguardando la carga...

Plaza Mayor de La Alberca hacia 1987. (Fotografía: J.D.)

Al otro extremo de la calle Tablao, la principal de La Alberca, hay un bar-bodega donde compramos unas botellas de vino del Soto que resucitan a un muerto.


Han pasado muchos años, y tanto mi compañera como yo seguimos recordando la lección de exquisita educación de aquel señor de Miranda del Castañar. "¿Le perjudico?" Estas palabras, que serían la envidia de Moratín por lo bien dichas, se me han quedado grabadas, y antes de que se pierdan en el olvido quería dejarlas anotadas en esas historias de la España vaciada.


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