Manuel Castells, Vuelve el nazismo (1) (30-6-2018) (y 2) (7-7-2018)
José Antonio Martín Pallín, Las mareas (9-7-2018)
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Revolviendo la prensa de los años de la guerra, encuentro en La Voz Valenciana (12 de julio de 1937) una crónica anónima que relata el viaje a Madrid de los asistentes al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que abrió sus sesiones en Valencia el 4 de julio. Copio la crónica:
Los escritores antifascistas en España
Los intelectuales antifascistas han dedicado el último día a ver Madrid y recorrer pueblos próximos a los frentes. Habían oído hablar de la destrucción de Madrid, habían visto películas y fotografías. Sabían que los fascistas disparaban sobre Madrid, sin un pretexto, ni menos un motivo, pues que no era una preparación artillera para intentar asaltarlo. Esto lo sabían ellos. Pero la realidad impresiona más que todo lo que pueda decirse, por muy bien que se diga. Yo oí murmurar a Julián Benda, a la vez que se alteraba su mirada serena y distraída y su rostro impasible, cuando pasábamos ante manzanas de casas del centro de Madrid arrasadas por los bombardeos:
—Esto es horrible, esto es brutal.
Inesa Barto, en pleno barrio de Argüelles, miraba para las ruinas que nos rodeaban con los ojos muy abiertos y los labios temblorosos:
—Esto es el fascismo —dijo—. Por muy malo que nos lo imaginemos, siempre es peor.
Luego preguntó:
—En este barrio viviría mucha gente. ¿Estaban aquí cuando lo destruyeron?
—Estaban aquí. Nadie podía suponerse entonces que atacaran a la población civil de manera feroz.
—
Pudieron verlo por sí mismos los escritores antifascistas. La noche en que nuestras fuerzas entraron en Villanueva de la Cañada, llovieron sobre Madrid los obuses. Un grupo que salió a la calle pudo oír el bufido de los proyectiles, y a continuación las explosiones, a veces muy cercanas. Con solo torcer por Carretas pudimos ver un incendio provocado por una granada incendiaria. Iban varios hispanoamericanos, un francés y un alemán. Solo recuerdo el nombre de Vicente Huidobro. Cuando estábamos en la calle, dijo uno:
—Es mejor que nos refugiemos en el hotel. Estamos a merced de una granada.
—Yo estoy bien aquí —contestó otro.
—¿Es que no tienes miedo?
—Sí, tengo miedo.
—¿Por qué no te vienes, entonces?
—No lo sé.
—
Unos escritores fueron hacia Guadalajara. Querían ver el lugar donde habían sido derrotados los fascistas italianos. Una escritora inglesa, creo que Silvia Townsend, me decía al regreso:
—Cuesta trabajo creer que destruyan los monumentos y las obras de arte. Hemos visto el palacio del Infantado destruido. Con la bella ciudad de Guadalajara se han ensañado. Y en Alcalá de Henares han elegido los más bellos monumentos para bombardearlos. ¿Por qué hacen esto? Es la táctica alemana de la Gran Guerra, pero mucho más feroz y despiadada. Es como si una locura rabiosa se hubiese apoderado de ellos. Tienen hambre de destruir, aunque sepan que no ganan nada con ello y en cambio les perjudica.
—
El danés Andersen Nexø tiene la cabellera alborotada, rodeando su calva. Hay en él la pausa, la serenidad y la firmeza de los felices pueblos del Norte. No se le ve sonreír, pero tampoco está serio.
—Lo que más me ha impresionado —me contesta— es este pueblo lleno de pasión, cariñoso y familiar, tan entregado por entero a luchar contra el fascismo.
—
En la residencia de la Alianza ha habido después de cenar una fiesta de Guiñol. En la representación de La Defensa de Madrid reían los escritores ante los peleles vestidos de Mola, de Queipo, de Franco, que obstinadamente se estrellan contra Madrid. Este mismo guiñol, estos mismos generales, peleles trágicos de Mussolini y de Hitler, han hecho también reír muchas veces a los soldados en las trincheras.
Cuando nos retirábamos, unos hacia el hotel y otros hacia nuestras casas, nuestros cañones comenzaron a despertar con enormes ronquidos. Daba comienzo la nueva jornada de nuestra ofensiva.
(La Voz Valenciana. Diario republicano de izquierda, Valencia, 12 julio 1937, p. 2)