—Si solamente fuera "declive"... Destaco el artículo Soledad Gallego-Díaz —dijo Aquilino— porque el problema que expone es
mucho más importante incluso de lo que supone su autora. Es un decir,
claro. En España, como de hecho nunca hemos acabado de salir del
fascismo (que arrastramos para nuestro oprobio desde la dictadura
protofascista de Primo de Rivera hasta hoy mismo, excepto el glorioso
paréntesis de la II República), somos alumnos aventajados de esas
aborrecibles "dictaduras de cuarta generación" que están surgiendo como
hongos en todo el mundo, con los Estados Unidos de Trump en cabeza, las
cuales conservando la apariencia de democracias fulminan la separación
de poderes y el Estado de derecho. Es la pesadilla de nuestro siglo.
Ahora bien, el aspecto
más novedoso de estos nuevos fascismos "blandos" ("blandos" de momento)
(*) es lo que el historiador Josep Fontana denomina "privatización de
la política" (**), cuya consecuencia es la enajenación de los propios
Estados que son puestos al servicio del capital financiero y de las
oligarquías depredadoras de dentro y de fuera, auténticas bandas de
delincuentes que saquean y expolian los países hasta convertirlos en
Estados fallidos, abrumados de deuda. Para todo lo cual, como es obvio,
la democracia estorba y sobra. Grecia es un ejemplo a la vista en
Europa, y detrás de Grecia vamos todos. A no ser —concluyó Aquilino, en
un desesperado arrebato de demagogia al más viejo estilo— que a alguien
se le ocurra la brillante idea de nacionalizar en todo el mundo esas
armas de destrucción masiva que son los bancos. Muerto el perro, muerta
la rabia.
(**) Josep Fontana, El futuro es un país extraño (Una reflexión sobre la crisis social de comienzos del siglo XXI) (2013).
Lecturas recomendadas
- Soledad Gallego-Díaz, La democracia liberal, en declive (23-12-2016)
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