22 de marzo de 2018

(El franquismo, los rateros y la falta de imaginación.)

El caso de Cristina Cifuentes nos recuerda el franquismo. En el franquismo hubo muchos rateros que a la sombra del Régimen se llenaron los bolsillos. Es decir, muchos individuos luego respetabilísimos que hicieron su fortuna a partir de la nada y se forraron gracias a Franco. Pero también hubo franquistas convencidos que con su "amor a España" y su patriotismo justificaron todos sus actos, fueran los que fueran. El patriotismo lo justificaba todo. Es el lema de san Agustín "Ama, y haz lo que quieras", pero trasladado a la política: "Levanta el brazo en alto, berrea ¡Arriba España!, y haz lo que quieras." Este es el caso de Cristina Cifuentes. Evidentemente, no va a dimitir, faltaría más, porque su acendrado patriotismo y amor a España están muy por encima de esas minucias. De esas y de cualesquiera otras, sean las que sean.

Sin embargo, a veces la línea que separa a patriotas auténticos y vulgares rateros es muy borrosa. Es por eso que Meneses decía que los más interesados en limpiar de corrupción a los partidos políticos deberían ser los propios partidos, es decir, los patriotas de verdad, o que se califican a sí mismos de tales. Pongamos un ejemplo. En el caso de las tarjetas black impresiona ver en qué se gastaban el dinero los implicados: putas (aunque eso no se diga en los autos, pero se supone, con margen nulo de error), restaurantes de lujo, viajes de placer, spas... A ninguno se le ocurrió, por ejemplo, comprar una obra de arte, alguna antigüedad, algo digamos un poco más "espiritual", por decirlo así. No digo algún libro, para no ofender. Lo que más se aproxima es Rodrigo Rato, aficionado al arte suntuario, que compró
unos santos de escayola. Y es que los rateros no dan más de sí. Su imaginación —y ahí está la clave— no es muy superior a la de una ameba.

Hace muchos años, en una reunión de trabajo en una gran editorial barcelonesa, nos contaba el director (un alemán que nada de lo que decía tenía desperdicio) una anécdota que se me quedó grabada. Nos explicó que en otra conocida gran editorial de Barcelona los vendedores de élite cobraban unos sueldos de alucinación, muy por encima de cualquier sueldo considerado alto. Cobraban tanto dinero que tenían que acudir regularmente al psicólogo, que les pagaba la propia empresa. ¿Por qué? Porque después de comprarse varios coches de lujo, varias casas de segunda residencia y llenado de joyas a sus esposas, ya no sabían en qué más gastar el dinero. Lo cual era un serio problema porque entonces no tenían aliciente para trabajar. Por eso tenían que ir al psicólogo: para que les despertara otras inquietudes y deseos en los que gastar el dinero. En resumen: para que les despertara la imaginación.

Pero es que la falta de imaginación, decía siempre Meneses, es el gran problema de la humanidad desde su origen. Tanto es así que Meneses afirmaba que si hay tantas guerras se debe precisamente a la falta de imaginación: son guerras entre orangutanes, como las que exterminaron entre sí a decenas de especies de homínidos antes que nosotros. Y nosotros llevamos el mismo camino: los científicos alertan que bastarían 10 minutos de guerra nuclear para sacar la Tierra de su órbita.

Y Meneses sentenciaba: no hace falta acudir a ningún psicólogo, sino ir a la escuela. Pero a una escuela de verdad y con maestros de verdad, como aquel Francisco Giner de los Ríos, Manuel B. Cossío o Joaquín Sama, que tanto menciona Antonio Machado en sus escritos: ahí es donde se nos despierta la imaginación y donde aprendemos a amar a algo más que viajes, coches de lujo y restaurantes. Es por eso, seguía diciendo Meneses, que lo primero que hizo la II República española fue construir en apenas dos años 10.000 nuevas escuelas (de 27.000 proyectadas) y llevar la escuela pública hasta el último pueblo y rincón de España (*), y ello en los años de la más dura crisis económica mundial. Todo lo contrario que el franquismo, que devolvió la enseñanza a manos de la Iglesia, y que el programa del PP-C's, el cual consiste en la privatización de la educación, lo que equivale a fabricar rateros de élite, en vez de formar personas útiles a los demás y a la sociedad en la que vivimos. Y de aquellos barros, estos lodos, etc. etc.

(*) Julián Casanova, República y guerra civil, Barcelona, Crítica / Marcial Pons, 2007, vol. 8 de la Historia de España dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares.


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